06 julio 2005

CAPITULO 9: Oh Ana o la Triste historia de Raimundo Solovera

9 Oh Ana o la Triste historia de Raimundo Solovera

Empezaba a acostumbrarme a mis posesiones y la verdad, a acomodarme, la vida me sonreía y yo le metía mano (Todo muy casto, que andaba por mi primer año y apenas conocía la vida.) O al menos no conocía esa parte que le da tanto interés, las gatas.

Entraba otra vez el verano y la cama comunal se hacía un poco incomoda y los gritos de mi amanuense, cuando le despertaba por las mañanas con mal disimulados mimos, eran cada vez más estentóreos.

En fin, había que ponerle un poco de salsa a su vida, que cada vez olía a menos mujeres y se le veía un poco decaído.

Decía pues que todo iba bastante bien en mi tira y afloja por un lugar de dominio en mi nueva casa cuando una tarde entre mi amanuense y su hermano me enjaularon en una caja de plástico con rejillas a modo de cárcel turca y me sacaron de casa.

Desde que vivía en mi casa todo lo más que yo había salido era hasta los pisos de arriba y abajo con veloces incursiones en casa de la vecina para molestar al gato Simón, del que otro día les hablaré. Llegados a este punto, y enjaulado como primico en Alcalá me arranque por bulerías nada más ver el garaje.

No podía ser, yo no había sido tan malo y me negaba a ser desterrado otra vez al dichoso garaje y por ende a la vida de miseria que es la libertad, !!!vivan las caenas¡¡¡.

Me encomendé al díos de los gatos, a la virgen de los remedios prometí ser bueno, meterme cartujo, lo que fuera y a una lista tan larga como la de Almodóvar con tal de no volver a ser libre, que no me veía con fuerzas de volverme a ganar las habichuelas yo solo. De poco me sirvió, me metieron en el coche y arrancaron mientras yo seguía desgranando mis penas ahora por soleares.

No tuvieron compasión y a la media hora llegamos a otra casa donde me subió mi amanuense. Me abrió la puerta de mi prisión y yo dude entre quedarme en el transportin que aunque prisión había demostrado ser bastante segura o asomar la cabeza lo que finalmente hice para subirme hasta su hombro de metro noventa y agarrarme a su espalda como si en ella hubiese agujeros donde engarfiar mis uñitas... finalmente los hubo pues me negué por activa pasiva y por la Ley Orgánica de Libertad Sindical a desprenderme de allí si no era en presencia de mi abogado y ni por esas.

Había allí otro gato lo que me dejo algo más tranquilo y de repente... Caray era una gata.

Afloje un poco mi presa.

Continuara....