16 noviembre 2005

CAPITULO 10: La crueldad de la vida.

Efectivamente aquello era una gata y olía francamente bien, olía muy bien así que al principio con timidez y después con franca curiosidad pero sin dejar de engarfiar bien las uñas por el cuerpo de mi amanuense, que para eso me había hecho sufrir, baje su metro noventa hasta el suelo y en una veloz carrera me lancé sobre Misha, que así se llamaba, con la sana intención de investigarla bien.

Tan bien que a lo que mi nariz llegó a su pecho me tiro un bufido estentóreo y destemplado que me convenció de que quizá, en próximas ocasiones, sería mejor utilizar la diplomacia y mandar a otro para que pagase los platos rotos. No sé porqué, pensé en Zar, es lo que llaman asociación libre de ideas.

Bueno, me hallaba yo parapetado sobre un armario ropero rumiando mi venganza cuando, sea por el calor de Junio sea por el stress o por el arrullo de las voces de mi relator y de una de las esclavas de Misha que resulto ser la amiga del susodicho, me quedé dormido.

Juro que pagará su abandono por el resto de su vida, jamás volverá a girar en la cama, yo estará entre sus piernas, jamás volverá a llegar al amanecer a casa, con mis maullidos le delatare, nunca tendrá un traje limpio, ya me encargaré yo de añadirle pelo, y es que... el muy traidor me abandono allí, sin más.

Bueno por eso y porqué lo eche mucho de menos y no me pienso volver a separar de él.

Decía que me había quedado dormido y...

Continuará... que llevaba 4 meses sin una frase y tantas de golpe me saturan.