29 diciembre 2004

CAPITULO 6: DE LAS RELACIONES PUBLICAS 3

Al abrirse la puerta, aparecieron la madre y hermanos de mi humana que sobre despertarme, me dedicaron otra ronda de achuchones y arrumacos que aún me puso de peor humor, que solo mejoro al comprobar que al gato capón, de nombre Manolo, aún le sentaban peor las caricias que me hacían que a mi mismo.

Así, que solo por fastidiar me puse tieso, en posición de exposición, alcé cabeza orejas y rabo y ronroneando con potencia me pasee entre aquellos humanos dejándome mimar.

Je, je seguí la gran máxima jesuítica aquella de EN TODO AMAR Y SERVIR, en mi interpretación ( y también en la suya) en todo armarla y ser vil. Pero por otra parte, no tarde en obtener mi justo castigo.

El gato capón se enfurruño, volvió la cara y se fue a su cesta con cara de pocos amigos, o por lo menos, de que yo no era su amigo, cosa que por otra parte yo tampoco pretendía.

Cuan peligrosa es la autosatisfacción, baje la guardia y cuando disfrutaba de mi bien merecido triunfo y cuando más hueco estaba, la madre de mi humana me alzó del suelo y me llevo al cuarto de baño.

Dicen que Dios aprieta pero no ahoga, pues bien, aquel humano hizo lo posible por ahogarme, me metió en un recipiente blanco de porcelana que a priori no auguraba la tortura a la que iba a ser sometido y de repente me dirigió un potente chorro de agua sobre el lomo.

Al principio no reaccione, paralizado por la impresión, lo que al principio era agua desagradablemente fría pronto fue un torrente hirviente e insoportable que me recordó la presencia de mis garras que procedí a hincar con toda la fuerza de la que fui capaz en las manos de aquella humana desconsiderada.

En cuanto aflojo la presión de su presa, salí disparado de aquella sala de torturas, antes inmaculada y que fui salpicando a mi paso de agua, hollín y cuanta porquería había ido acumulando en mi corta existencia. Pero lo peor de todo fue encontrarme en el pasillo al jodido gato capón que se sonreía al verme en tan lamentable estado.

No pude hacérselo pagar en aquel momento, mi prioridad era encontrar un buen refugio, pero me jure que se la devolvería con intereses.

Lo que más a mano me vino a la hora de encontrar un escondite fue una mesa camilla debajo de cuyas faldas me lance.

De poco me sirvió, a un grito de la humana jefe, el resto se dedicó a perseguirme y tratar de atraparme. Yo avisado y sabiendo lo que me esperaba repartí mordiscos arañazos y quiebros por doquier, pero finalmente acorralado y superado numéricamente me dispuse a vender cara mi vida.
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Cautivo y desarmado el ejercito etc. etc. me entro agua en la nariz, en los ojos, me escoció el jabón, me raspo la toalla pero al final quede limpio, o todo lo limpio que pudieron, por que he de reconocer que el agua que entraba por todos mis huecos corporales, salía de un color gris oscuro poco edificante y que por lo menos habían aprendido la lección y el agua estaba a una temperatura más agradable.

He de decir sin embargo que lo más humillante fue el cuadro lamentable que presentaba mi pelaje después de aquel baño, si ya abultaba poco por aquel entonces, me quede en nada y con el pelo erizado a mechones, un poema.

Menos mal que solo había un testigo de mi humillación y que pronto aquel gato socarrón y manso pagaría por todos.

Decía que quede limpio, al menos momentáneamente pues en cuanto pude, lo primero que hice fue buscar las piedras y rebozarme hasta alcanzar una tonalidad gris ceniza muy a lo Richard Gere.
Satisfecho nuevamente con mi aspecto, suspire y me enrosque a rumiar mi venganza.

21 diciembre 2004

CAPITULO 5:DE LAS RELACIONES PUBLICAS 2

El humano que me había recogido, no sin sufrir las consecuencias de su falta de tacto, y que me había alimentado estas semanas se llamaba Beatriz.

Me hizo toda clase de arrumacos y cariños por lo demás bastante pesados, pero que queréis, era la hora de comer y hay cosas que no perdono ni siquiera por dignidad, así que los soporte como mejor pude mientras me subía por las escaleras hasta el segundo.

Al principio no supe si decepcionarme o alegrarme, pero aquella madriguera ya estaba ocupada por un enorme gato siamés que me miro con indiferencia no exenta de enfado por el nuevo inquilino, o sea yo.

Descendió de la mesa lentamente, con parsimonia y se me acerco con una cara que no incitaba en absoluto a hacer movimientos bruscos. Me olfateo hizo un gesto de asco, he de decir que estaba bastante sucio, y procedió a ignorarme de aquí en adelante.

No voy a negar que me sentí bastante aliviado, aquel bicho podía haberse hecho unos patucos con mi pellejo, pero cuando se dio la vuelta entendí su falta de agresividad, estaba capado. Prueba superada.

Después de comer y asearme un poco pase a ordenar prioridades, busque un sillón cómodo, deje claro mi derecho mediante un par de miradas de enfado, lo esponjé a mi gusto me enrosque y a dormir.

Dormí cinco horas del tirón hasta que me despertó la puerta de entrada, que falta de modales